JAVIER Y YO
Raúl Alcover, veinte años sin Javier Egea.
Se dejaba caer por mi casa de Madrid. ¿Se puede? Una maleta pequeña, una bandolera con libros, cuadernos, lápices…y una risa dibujando su estampa de Lenin y Lennon. Abrazos, alegría, cómo te va…pues te veo bien… blablá blublú blablá. Javier comía poco, fumaba, bebía, escribía. Siempre escribía. Su juego favorito: buscar y encontrar palabras de rimas imposibles, difíciles, raras, extrañas…y hacerlo con el pálpito de quien rompe las rocas que esconden minerales o fósiles. Javier (Quisquete) era un tipo original y curioso, cercano si quería, hábil conversador y defensor a ultranza de sus ideas. Entre mujeres sabía ser el centro, toda una suerte de habilidad. Calaba a un tonto de lejos y desenmascaraba a los sobraos, a los que van de…así que mantenía en buen estado su detector de gilipolleces. Admiraba lo sencillo hecho carne y las formas invisibles. Hablar sin hablar, pensar y defender las mismas cosas, era fácil con Javier. Nos llevábamos bien y éramos amigos. Si salía de viaje le dejaba unas llaves y el sofá porque así lo pedía. Javier era de sofá. Junto a él comía y bebía. En él escribía y en él dormía.
Tuve un tiempo recogido en mi casa a un chileno, Pablo, guionista de teatro y actor sin blanca, un loco (¡quién no!) con intervalos de horrible cordura. En una de esas llegó Javier, se conocieron y conectaron pronto. Lo que pasó luego, Javier lo explica de manera exquisita y divertida en esta carta que me envió:
“Querido Raul: todavía lo recuerdo con inmejorable sabor. Era de noche. Tú dormías. A la mañana siguiente, muy temprano, yo debía tomar un vuelo hacia Jerez para participar en una marcha reivindicativa sobre la base yanqui de Rota. Pero en la cocina de tu apartamento madrileño, con aquel chileno amigo, Pablo, inagotable conversador, descubrimos un jamón de pecado, pan de munición y una inapelable garrafa de vino, todo esto llegado sin duda de las granadinas cumbres de la Alpujarra. Seducidos, pecamos hasta el alba. Como por ensalmo, llegué a mi destino alicortado y con la militancia tambaleante. Pese a todo me uní a la manifestación. Pero por desgracia los yanquis siguen allí, y en muchas ocasiones he sentido el impulso de hacerte otra visita, agradecido de tu hospitalidad. ¿Cómo van esas músicas? ¿Sigue detrás de la barra de La Bohemia aquella abundante rubia? ¿Has repuesto las provisiones? En espera de tus noticias recibe un abrazo de tu amigo Javier. Granada, a 7 de Enero de 1990”. ¡Qué arte!
Cuando conocí a Quisquete congeniamos pronto. En 1980 en el bar La Tertulia se creó un concurso de letras de Tango argentino en palabras de poetas granadinos: Granada Tango. Se convino que yo pondría música al poema ganador. Y ése fue Noche Canalla de Javier Egea. Recuerdo que la música brotaba al tiempo que descubría la letra. Para cada poema existe una sola melodía y solo una. La canción es redonda cuando la melodía traduce con acierto el ritmo interno del poema. Y eso pasó con Noche Canalla. Javier estaba encantado y yo también. A decir de muchos, Noche Canalla es de esas canciones que nacen cada 25-30 años. Siempre la llevo en el bolsillo y dentro del pecho.
La última vez que vi a Javier fue poco antes de su muerte. En el Teatro Isabel la Católica de Granada, realizamos un Concierto en el que recitó el poema. Se grabó, con acierto, y su voz quedó ahí para siempre. Pero lo que me ocurrió grabando el disco El Musicante fue muy emotivo y sorprendente: “Entre otras canciones había una, Poetas, a la que Salinas, mi arreglista y productor, decidió dar un margen final de más de un minuto de música para que yo recitara algo. Recordé que tenía grabada la voz de Javier y la volqué sobre esos compases finales. La probabilidad de coincidir la cadencia con que Javier años atrás, en aquel concierto de Granada, había recitado el poema y el tempo que imaginó, al azar, Salinas en el arreglo del tema, era muy baja, casi imposible. ¡Pero pasó! No sólo coincidieron voz y música en cadencia y tempo sino que ambas comenzaban y terminaban a la vez. ¡Increible! Salí a mirar las estrellas buscando a Javier con los ojos húmedos para decirle: gracias por estar conmigo en este disco. ¡Y ahí quedó!
Javier era persona que arriesgaba, amaba, se equivocaba y soñaba. Nunca se avergonzó del niño que fue.
¿Es la pasión por la destrucción también la pasión creativa? ¡Quién sabe!
¡Javier, esta calailla va por ti! Abrazos. Raúl.